La difícil convivencia entre el taxi y los VTC se da en ciudades de todo el mundo. La tecnología ha roto los esquemas del transporte urbano y, en muchos casos, ha provocado fuertes conflictos
El largo conflicto que enfrenta al taxi y a los vehículos de turismo con conductor (VTC), y que ha vuelto a estallar en Barcelona y Madrid en el arranque del 2019, tiene una dimensión global. En centenares de ciudades de medio mundo servicios de transporte similares compiten en un mercado en transformación debido a una nueva disrupción tecnológica, la que han propiciado las plataformas digitales con las que el usuario solicita el coche desde su móvil.
La irrupción de Uber en España, en 2014, marcó el inicio de la guerra con el taxi en el país. Desembarcó con UberPop, de conductores no profesionales que ponen sus coches a disposición de los viajeros en un modelo similar al de Deliveroo (reparto de comida) o Airbnb (alojamiento turístico). La experiencia fue fuertemente contestada por los taxistas y sólo duró unos meses. Los tribunales la tumbaron. La compañía californiana regresó a la capital catalana en su versión UberX, para VTC, el año pasado. Y con este servicio continúa, aunque ha advertido de que lo cerrará si prospera la nueva regulación que obligará a precontratarlo con una hora de antelación. La firma tiene otra modalidad para taxis –UberTaxi–, igual que Cabify, que dispone de EasyTaxi. Ambas preparan su llegada a España. Su objetivo final, sostienen, es ayudar al usuario en su movilidad cotidiana de manera integral, lo que podría abarcar desde el transporte público hasta los patinetes.
La convivencia del taxi con los servicios alternativos es dispar. Donde hay una estricta regulación del primero la entrada de los segundos ha sido muy conflictiva, con sonadas protestas y paros. Los taxistas se defienden con el argumento de que prestan un servicio de interés general sometido a fuertes restricciones prefijadas por la autoridad competente, entre otras disponer de permisos especiales y tarifas oficiales. En cambio, lamentan, los VTC, aprovechando las apps móviles, hacen lo mismo sin tantas ataduras. El coste de las licencias también es muy distinto. Las del taxi se transmiten en un mercado secundario desbocado. Hoy en España pueden valer fácilmente 150.000 euros, mientras que las de coches de alquiler con conductor rondan los 50.000 euros, un valor que podría caer en picado si se restringe su trabajo.
Por el contrario, los VTC defienden que su actividad acabará beneficiando al usuario porque, a más oferta, sostienen, mejores servicios. Tal es su éxito entre los colectivos amantes de la tecnología, que hablan de “hacer un Uber o un Cabify” cuando van a usar sus servicios. Tanto las plataformas como las empresas titulares de las licencias consideran que hay mercado suficiente para ellas y para el taxi. Y más aún cuando se limite e incluso prohíba la circulación de coches en los centros de las ciudades.