Desde su etapa de diseño, el sistema de transporte público de la capital chilena ha generado polémica por su funcionamiento y su financiamiento.
El pasado viernes 10 de febrero cumplía sus primeros 10 años en Chile el Transantiago, un sistema de transporte público que integró un remodelado sistema de buses en superficie, operados bajo licitación por empresas privadas, con el Metro, la red de tren subterráneo estatal que opera en la capital.
El debut fue problemático. Pese a que se programó unas semanas antes del inicio del año escolar para aprovechar la poca afluencia de público, los 4.000 buses no dieron abasto y tuvieron que operar de manera gratuita durante los tres primeros días debido a la falta de validadores para la nueva Bip!. La desinformación y la escasez de tarjetas incrementaron el caos en el principal núcleo urbano del país sudamericano —la capital tiene en total más de 6,2 millones de habitantes—.
El diseño, que tenía entre sus objetivos descongestionar la ciudad, tuvo que lidiar primero con el descontento de los ciudadanos. Las quejas se relacionaban con el reemplazo de los largos recorridos del sistema antiguo por una compleja combinación entre buses —que circulaban una frecuencia incierta— y el tren subterráneo, cuya capacidad fue llevada al límite. En la antesala de la conmemoración de la primera década, el ministro de Transportes y Telecomunicaciones chileno, Andrés Gómez-Lobo, valoró que «los problemas que tiene el Transantiago son muy distintos a los de hace 10 años (…) ciertamente no es el sistema que vimos al inicio».
Tres millones de viajes
Hoy circulan en torno a 6.600 buses y cada día se validan unos tres millones de viajes. Los reclamos de los usuarios apuntan a que el Transantiago complicó un sistema que tenía falencias, pero era simple y funcionaba, al incluir transbordos y combinaciones con Metro. También que ha aumentado el tiempo diario a bordo del bus (debido a los recorridos y el tráfico).